sábado, 31 de marzo de 2018

ODA IV, 7





Han huido las nieves, retorna la yerba a los campos
y a los árboles su cabellera.
Cambia su aspecto la tierra y los ríos en sus crecidas
abandonan sus cauces.
Una de las Gracias, con las Ninfas y sus dos hermanas,
se atreve a dirigir, desnuda sus danzas.
No esperes algo inmortal, te aconsejan el año
y las horas que arrebatan el día soleado.
Los fríos se suavizan con el Céfiro,
el verano deja atrás la primavera,
para a su vez morir tan pronto
como el otoño cargado de manzanas
derrame sus frutos;
y pronto volverá la bruma inactiva.
Aunque, rápidas, las lunas repararán los daños del cielo.




Nosotros en cambio, cuando caemos
a donde cayó el padre Eneas y el rico Tulo y Anco,
polvo y sombra somos.
¿Quién sabe si los dioses de arriba añadirán todavía mañana
un tiempo a la cuenta de hoy?
Sólo lo que tú te hayas dado con ánimo amigo
escapará de las ávidas manos de tu heredero.
Una vez que hayas muerto y Minos
te haya dictado su majestuosa sentencia,
ni tu estirpe, Torcuato, ni tu elocuencia, ni tu piedad
te restituirán a la vida:
Ni Diana libró del tenebroso infierno
al pudoroso Hipólito,
ni Teseo pudo romper las cadenas leteas
de su querido Pirítoo.

                                                                                    Horacio. Oda IV,7



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